Parece que estén disputando una carrera de relevos y que su táctica para ganarla sea provocar el agotamiento por insistencia.
Cuando parecía que por fin habíamos encontrado algo de respeto hacia las opciones individuales de vida, cuando desde las más altas instancias de la Iglesia Católica – Papa Francisco – habían declarado su absoluta falta de autoridad moral para juzgar comportamientos íntimos ¨Quien soy yo para juzgar la opción sexual de las personas¨, nos sorprende el obispo de turno con declaraciones o comportamientos que vuelven a reabrir el debate y a poner en el disparadero el reconocimiento de derechos fundamentales de las personas.
Ni siquiera el voto de obediencia al que están obligados por su condición de prelados les mantiene la boca cerrada. En una sociedad civil nos debería importar un pimiento si los religiosos siguen o no las consignas de su jefe, porque para que cumplan las leyes están los tribunales.
Pero en la sociedad española nada es tan fácil. Un juez ha encuadrado dentro de la libertad de expresión las memeces del obispo de Málaga comparando el matrimonio entre personas del mismo sexo con los delitos de pederastia y la perversión de la zoofilia. Supongo que tildar – siempre desde el máximo respeto – a la sentencia como mamarrachada de un mamarracho estará también protegido por la libertad de expresión, si no es así le pido disculpas al mamarracho antes de que se ofenda.
Encuadrado en la sarta de estupideces que se soportan en la sociedad española nos encontramos con un profesor de religión que decide comunicar, al obispado del que depende, su condición de homosexual, para que el obispo dictamine ¡si es o no idóneo para impartir clases de religión! Y como el obispo no se pronuncia, o no le contesta, insiste para que le cesen porque el mismo no se considera idóneo. O algo así. En realidad quiere un despido para apuntarse a la prestación por desempleo.
El obispo prefiere no darse por enterado y así no verse en la disyuntiva de tener que seguir las recomendaciones de Francisco o las de la Conferencia Episcopal española.
Y en este rifirrafe aparece la opinión de una monja en un programa de la sexta TV, la monja que va de guay, recomienda al ex cura discreción y mano izquierda, eso sí, desde el amor que emana del evangelio. Después de su charla de apostolado – parece el portavoz de Jesús en la tierra – le dice al homosexual que puede tener la opción que quiera pero mejor que nadie lo sepa, y sobre todo que deje al obispo en paz y no le meta en decisiones complicadas. Mejor que siga siendo invisible.
El resumen es sencillo:
Un obispo que equipara la homosexualidad a un delito.
Una sentencia que determina que la equiparación anterior está protegida por la libertad de expresión.
Un ex cura homosexual que cuando se casa no se considera idóneo para impartir clases de religión. Cuando era cura soltero homosexual en el armario, parece ser que si se consideraba adecuado para la enseñanza.
Un obispo silente puesto en el disparadero porque tiene que decidir entre opciones enfrentadas de sus jefes.
Una monja guay que respeta las opciones de los individuos pero mejor que sean invisibles.
Un papa que respeta tanto los derechos humanos y las opciones sexuales de los individuos, que sin embargo todavía no ha tenido tiempo de firmar la carta universal de derechos humanos de la ONU y sigue permitiendo homofobias a los obispos españoles.
Como guinda del pastel, unos medios de comunicación que presentan al cristianismo como el baluarte cultural de nuestra civilización tapando sus vergüenzas pasadas y ocultando las presentes. Se les olvida decir que los derechos de hombres y mujeres se consiguieron desde la lucha de la sociedad civil siempre en contra de la jerarquía eclesiástica. Solo como dato, hasta 1980 una mujer en España no podía tener cuenta bancaria ni viajar sin permiso de su marido.
Seguramente argumentarán que en los países islámicos la situación es muchísimo peor. Ocultaran a propósito que los responsables de esa lamentable situación social son los mismos reyezuelos con los que se sientan a cenar nuestros monarcas y que participan de los consejos de administración de sus boyantes empresas. Aplaudieron a Bush hijo por derrocar a Hussein, igual que habían aplaudido a Reagan y Bush padre por ayudar a los Talibanes.
Cuando dios dinero entra en acción, poco importa la religión. La religión es la información implantada en nuestra cadena genética para poder dominarnos desde la superstición y el miedo.
Ese yugo de esclavitud es el que hay que deshacer. Únicamente desde la sociedad civil nos podemos defender de los ultras religiosos seguidores de dios, de cualquier dios.
Leyes claras que protejan la libertad de conciencia, que expulsen, si, que expulsen a todas las creencias del sistema educativo, que prohíban, si, que prohíban las manifestaciones y expresiones beligerantes contra otras creencias o falta de ellas y que procesen, si, que procesen a los representantes religiosos que valiéndose de su ascendencia espiritual utilicen ese dominio para subvertir la convivencia civil.
Con estas medidas no se habrá acabado con las injerencias de los dogmáticos en nuestras vidas, pero dejaran de tener a dios como escusa de sus desmanes.